domingo, 26 de junio de 2011

La región del Gila y sus indios

Este mes conmemoramos otro aniversario más del cambio de nombre de la ciudad de Magdalena por el de Magdalena de Kino, substitución establecida por la Ley Estatal Número 20, de 19 de junio de 1968. La efeméride tiene especial relevancia durante este año en que solemnizamos el tricentenario del fallecimiento del misionero Eusebio Francisco Kino, el 15 de marzo de 1711.

Leíamos, en el artículo anterior de esta serie, cómo Kino, Adamo Gilg y Juan Matheo Manje continuaron su expedición en febrero de 1699, desde el ojo de agua cercano al actual Sásabe, donde la tradición indígena hablaba de una ogresa, amparados ahora por “un peñasco, encima de un cerro muy grande, en forma de un cajón cuadrado, el cual, por haberlo visto de más de dieciocho leguas distante, de largos y extendidos llanos que caminamos… le intitulamos el Arca de Noé.” Y a pesar de lo evocativo del nombre que le dieron los expedicionarios, éste no prosperó, ya que actualmente se le conoce con el que los indios Tojono Ojotam le han llamado desde siempre: Baboquívari.



El espacio disponible restringe mi cobertura de lo sucedido después: narrar las penurias de los viajeros por la carencia de agua, dedicarle el espacio a las descripciones etnográficas de los habitantes, o bien a las leyendas que encontraron en esa región. De lo primero, es ilustrativa la suscinta descripción de los nativos que vivían en Tinajas Altas (“oovac” en Pima), que es el principal aguaje en ese asesino tramo que adecuadamente ha sido llamado Camino del Diablo, descripción que nos dejó Manje: “treinta indios, desnudos y pobres, que sólo se sustentan con raíces, langostas y otras frutas silvestres.” 


Así, atravesaron el desierto y llegaron a un lugar habitado, ya sobre el río Gila, que llamaron San Pedro, ubicado cerca de donde el río da vuelta hacia el norte para rodear la sierra del Gila. A la pluma de Manje le debemos una valiosa descripción etnográfica de los nativos que encontró: “todos los varones tan sumamente desnudos, que sólo tienen el [vestido] de la inocencia. Sólo las mujeres se cubren, de la cintura hasta la rodilla, con la cáscara interior del sauce que, majada y aderezada hacen muchos hilos o guedejas, como copos de cáñamo;” mientras que su apariencia y adorno: “Es gente bien agestada y corpulenta, y las mujeres hermosas… No usan rayarse el rostro, como las demás naciones; sólo usan del embije con que se pintan el cuerpo de varios colores, y se lo quitan, cuando quieren, con sólo lavarse.  Córtanse el pelo alrededor, como cerquillo, hasta dejarlo a las orejas, como frailes… adornándose con gargantillas de caracolillos del mar, entreverados de otras cuentas de conchas coloradas, redondas, que ellos labran y agujeran; que asimilan algo al coral; y en las orejas, las  mujeres, por arracadas, se cuelgan pendientes dos conchas grandes y enteras de nácar, y otras mayores azules, en cada oreja; el que el continuo peso se las agobia, y les crecen más que a otras naciones.”

Y describiendo sus armas y juegos, agregó el militar: “Sus flechas y dardos son muy grandes, y sus aljabas y arcos tan rollizos y largos, que sobrepujan, más de media vara, al cuerpo del hombre, con ser tan corpulentos. Usan de hilos torcidos unas redes, a modo de las de Europa, de cáñamo; … Componen unas bolas redondas, del tamaño de una pelota, de materia negra como pez; y embutidas en ellas varias conchitas pequeñas de mar, con que se hacen labores y con que juegan y apuestan; tirándola con la punta del pie, corren tres o cuatro leguas [entre 12 y 16 kilómetros]; y la parcialidad que da vuelta y llega al puesto de donde comenzaron y salieron, a la par, ésa gana.”
Y en cuanto a las habitaciones nativas: “Sus rancherías, por grandes de gentío que sean, se reducen a una o dos casas, con techo de terrado y armadas sobre muchos horcones, por pilares, con viguetas de unos a otros, y tan bajas que sólo pueden vivir dentro, sentados o acostados, y sin división alguna para solteros y casados; y tan capaces que cabe, en cada una, más de cien personas; y, a la frente de su puerta, una ramada, del tamaño de la casa y baja, para salir a dormir en el verano.” 

Y así dejo la descripción de Manje debido a lo amplio de su descripción de esta región en la que actualmente han desaparecido los nativos; así que nos veremos en el siguiente artículo, donde hablaremos de las curiosas leyendas que encontraron allí los expedicionarios.


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