domingo, 19 de junio de 2011

La Ogresa de Pozo Verde

Después de subir al volcán del Pinacate, Kino se preparó para su siguiente aventura expedicionaria, y el 7 de febrero de 1699, al concluir la pertinaz  “equipata” o lluvias invernales que algunos años mojan pausadamente todo el territorio de Sonora y Arizona, partían de Dolores nuestro misionero acompañado del padre Adamo Gilg, que era entonces misionero de Nuestra Señora del Pópulo de los Seris, misión fundada al Norte del actual Horcasitas sobre el río San Miguel. Los acompañaba Juan Matheo Manje, ocho cargas de provisiones, ochenta caballos y los ornamentos para ofrecer la misa. Además, Kino adelantó treinta y seis cabezas de ganado para establecer un rancho ganadero en Sonoita, en medio del desierto sonorense. De este viaje el misionero no dejó una crónica extensa, aunque gracias a la pluma de Manje contamos con dos.

Cruzaron la sierra y llegaron a San Ignacio, donde el Padre Agustín de Campos les entregó más provisiones. Siguieron después por la ruta de Magdalena y Tubutama y, continuando por el río Altar, pasaron por Sáric, Búsanic y Tucubavia, región que había quedado sin misionero después del asesinato del Padre Saeta, aunque el Padre Campos de San Ignacio acostumbraba ir a visitarlos y predicarles. En seguida, siguiendo una línea imaginaria que entonces no existía, la frontera entre el actual Estados Unidos que tampoco había nacido aún y México que todavía no lograba su independencia, se dirigieron hacia el noroeste, y poco más delante llegaron a un manantial de agua cristalina que hoy conocemos como Pozo Verde, situado en la falda Sur de las montañas de Baboquívari, unos siete kilómetros al oeste del actual pueblo fronterizo del Sásabe, que tampoco existía entonces.



Los nativos los llevaron a que vieran “un corral o patio, en forma cuadrada, con paredes altas de un estado de piedra seca… [y les dijeron que] en tiempos muy atrasados de su gentilidad, según se había ido derivando la noticia de padres a hijos, había venido, de hacia el norte, una mujer o monstruo agigantado, de cómo tres varas de estatura [alrededor de tres metros], con el osico a modo de puerco y las uñas tan largas que parecían de águila, y que comía carne umana; y que por las atrosidades y muertes de indios que asía, de un golpe; aunque, dándole de comer se mostraba familiar con todos; y que procuravan casarle venados y otras cosas, por el miedo que le tenían no destruyese a la gente.”

Así, los nativos decidieron matarla y: “de común acuerdo hicieron aquel corral los gentiles de aquella comarca. Y convidaron con muchísima casa y vino, con que enbriagaron a aquella gigante; y que, luego, formaron un baile dentro del corral, que duró algún tiempo, hasta que el dicho monstruo pidió lo llevasen a una cueva grande, de peña, que inmediatamente ahí nos enseñaron, toda ahumada, que era su continua abitación; que entonces, venciéndolo la embriaguez y sueño y acostado, dentro de la cueva pusieron los muchos gentiles que habían concurrido para esto un gran cúmulo y cerro de leña, con que tapiaron la puerta y pegaron fuego; cuya materia combustible abrasó aquel monstruo, por donde se libraron de molestia. Esto es, en sustancia, lo que nos dijeron. La verdad Dios la sabe. Lo sierto es que está el corral y la cueva patente y que, también, a abido gigantes en esta tierra..”

Y para reforzar su juicio, Manje agregó un párrafo que los habitantes del actual Moctezuma, antiguo Oposura, reconocerán: “y lo corroboran los yndios christianos del pueblo de Oposura, de nación opata, misión cercana al Real de San Juan de Sonora; quienes dizen que, en tiempo de su gentilidad, mataron otro gigante varón. Y, en la estancia de esta misión, que dista 3 leguas, cavando, se allan subterráneos gϋesos mui grandes. Y ubo una canilla, poco tiempo a, que tenía más de bara de largo, y una choquezuela, del tamaño de una cabeza, de disforme grosor el resto de la canilla.”

Obviamente, Manje se refería a los fósiles que hay en la región de Moctezuma y que gracias a la tecnología sabemos que datan de finales del Pleistoceno. Es obvio que los indígenas no pudieron encontrar dinosauros sino más bien se debieron referir a bisontes, que hoy se han extinguido en Sonora.

Y si uno visita actualmente Pozo Verde, encontrará aún un corral de piedra que posiblemente sea el que visitaron nuestros viajeros hace ya más de tres siglos; al verlo, la imaginación se libera intentando encontrarle orden a estas leyendas que forman parte íntima de la mitología de los Pápagos. Pero el espacio se me agota, por lo que en el próximo de esta serie continuaremos acompañando a nuestros viajeros…

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