Habiendo conseguido la ayuda de Juan Matheo Manje para que le sirviera de enlace entre lo religioso y lo civil después de su entrevista con Domingo Jironza, Kino lo llevó de inmediato a Dolores para aprovechar su asistencia. Corría el mes de febrero de 1694 y el día 7 partían Kino y Manje desde la misión cabecera rumbo al oeste.
Ya en Magdalena, se les unió el jesuita Marcos Antonio Kappus, quien ahora se encargaba de Cucurpe, además de dos españoles y 20 indígenas. De Magdalena continuaron su viaje hacia el poniente y pasaron por el Tupo y más allá por el Bosna, para después llegar al Ocuca, entonces llamado Oacuc.
Del Ocuca continuaron su travesía hasta que llegaron a Caborca, aunque no se detuvieron a descansar sino que siguieron hasta que llegaron al cerro del Nazareno, que Kino había ascendido en su viaje anterior a la región. Ascendieron al pico más alto, y desde su cima divisaron el mar y más allá a California en donde alcanzaron a ver cuatro picos, los que bautizaron como Los Cuatro Evangelistas, aunque debido a que el nombre de San Lucas ya había sido asignado al cabo en donde termina California, lo reemplazaron con el de San Antonio.
Después, Kino y Manje continuaron su viaje hacia el mar, mientras que Kappus se quedaba con las cabalgaduras, para después regresar todos juntos hasta Dolores. En total, en ese recorrido según nos dice Manje: “contamos novecientos cincuenta indios gentiles. Bautizáronse cincuenta indios párvulos y adultos enfermos…”
Ese viaje le inspiró a Kino una idea: constuir un barco en Caborca para, en piezas, llevarlo desarmado a la costa, armarlo y desde allí botarlo. Siguiendo esta idea, de inmediato según nos informa Manje: “Labramos en la misión de los Dolores, estay, manales y barraganetes que llevar, en cargas, al viaje, con dictamen de labrar quilla, timón y demás adherentes, conducentes en el dicho Caborca…” Después de terminar estas piezas, el 16 de marzo partían nuevamente de Dolores hacia el poniente, llevando lo que habían construido, y llegaron a pasar la primera noche en Magdalena. Un día después pasaron por el Tupo y de allí hasta Tubutama, donde pernoctaron nuevamente.
Al día siguiente continuaron el recorrido, siguiendo corriente abajo por las hermosas alamedas del río, hasta que llegaron a un lugar que Manje bautizó como Altar, nombre que aún conserva el poblado local. Desde allí, mientras que enviaban las piezas del barco a Caborca, Kino y Manje se desviaron al noroeste a bautizar enfermos y visitar lugares, y después de este rodeo dirigieron sus pasos a Caborca.
Llegando, de inmediato se dieron a la tarea que les llevaba, y “para dar principio a la fábrica del barco, se cortó un grande y grueso álamo, por no haber, en este país, otra especie de árbol y de madera” Sin embargo, a pesar de que le desenterraron las raíces para facilitar su caída, el árbol se resistía a ser derribado.
Fue entonces que el joven Manje se ofreció voluntariamente: “subí yo al árbol, para amarrar reatas y sogas, para estirar de abajo la gente… estándolas atando, a la punta y remate de él, fue cayendo, y yo, asido del tronco. Y aunque al golpe y estruendo se quebraron muchos brazos de su copa, salí sin lastimarme, sin lesión alguna…”
Aprovechando esta algo quijotesca escena, podemos imaginarnos al misionero convenciendo al joven aragonés de su idea de construir un barco, a pesar de que todos los elementos se encontraban en su contra: la madera de álamo, para quienes conocen ese árbol, es extremadamente porosa, por lo que al sumergirla al agua inmediatamente se convierte en una esponja que absorbe el agua. Además, debió ser una imagen única ver a aquellos peregrinos que se dirigían, atravesando los arenales de esa región, llevando a cuestas un barco que pensaban armar en la costa sonorense.
Pero eso no sucedería. Después de derribar el álamo, Manje dejó a Kino a que continuara con la construcción del barco, mientras él se fue a explorar rumbo al poniente. Subió nuevamente al Nazareno para divisar la costa y en seguida llegó hasta el mar, para luego volver a Caborca, en donde lo esperaba Kino, quien le dijo que tendrían que regresar a Dolores, porque era necesario esperar a que se secara la madera que habían cortado. Así, nuevamente regresaron a la misión cabecera de Kino.
Viaje de Kino y Manje de Febrero de 1694 |
Del Ocuca continuaron su travesía hasta que llegaron a Caborca, aunque no se detuvieron a descansar sino que siguieron hasta que llegaron al cerro del Nazareno, que Kino había ascendido en su viaje anterior a la región. Ascendieron al pico más alto, y desde su cima divisaron el mar y más allá a California en donde alcanzaron a ver cuatro picos, los que bautizaron como Los Cuatro Evangelistas, aunque debido a que el nombre de San Lucas ya había sido asignado al cabo en donde termina California, lo reemplazaron con el de San Antonio.
Después, Kino y Manje continuaron su viaje hacia el mar, mientras que Kappus se quedaba con las cabalgaduras, para después regresar todos juntos hasta Dolores. En total, en ese recorrido según nos dice Manje: “contamos novecientos cincuenta indios gentiles. Bautizáronse cincuenta indios párvulos y adultos enfermos…”
Ese viaje le inspiró a Kino una idea: constuir un barco en Caborca para, en piezas, llevarlo desarmado a la costa, armarlo y desde allí botarlo. Siguiendo esta idea, de inmediato según nos informa Manje: “Labramos en la misión de los Dolores, estay, manales y barraganetes que llevar, en cargas, al viaje, con dictamen de labrar quilla, timón y demás adherentes, conducentes en el dicho Caborca…” Después de terminar estas piezas, el 16 de marzo partían nuevamente de Dolores hacia el poniente, llevando lo que habían construido, y llegaron a pasar la primera noche en Magdalena. Un día después pasaron por el Tupo y de allí hasta Tubutama, donde pernoctaron nuevamente.
Viaje de Kino y Manje, en marzo de 1694 |
Llegando, de inmediato se dieron a la tarea que les llevaba, y “para dar principio a la fábrica del barco, se cortó un grande y grueso álamo, por no haber, en este país, otra especie de árbol y de madera” Sin embargo, a pesar de que le desenterraron las raíces para facilitar su caída, el árbol se resistía a ser derribado.
Fue entonces que el joven Manje se ofreció voluntariamente: “subí yo al árbol, para amarrar reatas y sogas, para estirar de abajo la gente… estándolas atando, a la punta y remate de él, fue cayendo, y yo, asido del tronco. Y aunque al golpe y estruendo se quebraron muchos brazos de su copa, salí sin lastimarme, sin lesión alguna…”
Aprovechando esta algo quijotesca escena, podemos imaginarnos al misionero convenciendo al joven aragonés de su idea de construir un barco, a pesar de que todos los elementos se encontraban en su contra: la madera de álamo, para quienes conocen ese árbol, es extremadamente porosa, por lo que al sumergirla al agua inmediatamente se convierte en una esponja que absorbe el agua. Además, debió ser una imagen única ver a aquellos peregrinos que se dirigían, atravesando los arenales de esa región, llevando a cuestas un barco que pensaban armar en la costa sonorense.
Pero eso no sucedería. Después de derribar el álamo, Manje dejó a Kino a que continuara con la construcción del barco, mientras él se fue a explorar rumbo al poniente. Subió nuevamente al Nazareno para divisar la costa y en seguida llegó hasta el mar, para luego volver a Caborca, en donde lo esperaba Kino, quien le dijo que tendrían que regresar a Dolores, porque era necesario esperar a que se secara la madera que habían cortado. Así, nuevamente regresaron a la misión cabecera de Kino.
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