lunes, 31 de enero de 2011

Cruzando California

Así, después de la expedición de los últimos días de 1683 en que los colonos buscaron sin éxito un camino que atravesara la “isla de California”, éstos dedicaron los siguientes meses a afianzar lo logrado en San Bruno. Se construyeron las habitaciones de los españoles, se sembró y los misioneros empezaron la tarea de aprender los lenguajes nativos.

Los meses pasaban, sin embargo, y la situación se deterioraba. Se declaró una terrible sequía y el barco de abastecimiento no regresaba. En Sinaloa se acumulaban las peticiones de más recursos y más misioneros y no se lograba encontrar la forma óptima de satisfacer las peticiones de los nuevos californianos.

Así, el Provincial Jesuita en la Nueva España acordó que el Padre Juan Bautista Copart, misionero de la Tarahumara, acompañara a Kino y a Goñi, aunque no fue sino hasta casi un año después de partir, cuando el 10 de agosto de 1684 llegaba finalmente el barco La Almiranta a San Bruno trayendo las provisiones y al padre Copart. Eran en total 20 personas que acompañarían a los 71 que ya vivían allí.

El 29 de agosto zarpaba nuevamente La Almiranta, ahora para traer bestias de carga y en él iba Kino. Regresaron de inmediato y otra vez zarpó el barco a traer más provisiones. En total fueron cuatro viajes para abastecerse en las misiones de la costa sonorense y ya en la quinta fue enviado el barco a Sinaloa para reparaciones. En él iba el padre Copart.

El mismo día que partió el barco, a mediados de diciembre, Kino y Atondo salían de San Bruno. Los acompañaban el médico José de Castro, veintinueve soldados, dos muleteros y nueve indígenas del continente, además de los naturales de la región que iban también y ochenta y una bestias. La meta era atravesar California y llegar a la llamada “mar del Sur,” al Océano Pacífico.

Siguieron la misma ruta de la última expedición, continuando por el escabrosísimo arroyo, hasta que llegaron al punto final de la visita anterior, ya en la vertiente oceánica y sobre el arroyo Comondú, y luego siguieron por el territorio de los Güimes, entrando al arroyo conocido hoy como La Purísima. Era una región peñascosa aunque siguieron el cauce del arroyo y finalmente llegaron a una zona cubierta de dunas, y poco más adelante, “por lo más bajo de un médano subimos y bajamos a la playa, a tiempo de la bajamar;” era el océano.

Ruta que siguieron para cruzar California

Un poco más hacia el sur, en un estero, desembocaba el río que habían venido siguiendo. Dispersas entre las arenas encontraron huesos de ballenas y “unas conchas de raro y vistoso oriente, de los colores del arcoiris, mayor cada una de ellas que la mayor concha de nácar,” y entre ellas otras de abulón, iridiscentes, de color azul. Kino no las olvidaría.

Intentaron cruzar el río pero era demasiado hondo y decidieron seguir su cauce, corriente arriba, para acampar. Encontraron un lugar adecuado y allí establecieron su real. Al día siguiente, el último de 1684, Kino y Atondo exploraron por la costa rumbo al Norte aunque sin éxito. No encontraron ningún puerto; desalentados, regresaron al campamento a despedir el año. Un día después, el primero de 1685, iniciaban el regreso a San Bruno, a donde llegaron el 13 de enero.

Tres días después, Atondo partía en otra expedición –tenía que mostrar resultados para conservar la expedición californiana- y se dirigió ahora rumbo al Sur. Intentaba encontrar algún otro paso a través de la “isla de California” para llegar a Bahía Magdalena, ya sobre el Pacífico, bahía de cuya existencia se sabía desde hacía muchos años. Esta podría servir como estación para la Nao de China. Sin embargo, todos sus intentos de cruzar California fueron inútiles porque lo escabroso de la serranía lo rechazó una y otra vez, y así regresó a San Bruno el 6 de marzo.

De esta manera, la meta principal de la expedición californiana no se había alcanzado a pesar de que los colonos lograron cruzar la “isla”: encontrar un puerto del lado del Pacífico que sirviera como estación intermedia y protección para la Nao de China.

domingo, 23 de enero de 2011

En San Bruno

Después del fracaso de la colonia en la Paz, el Almirante Isidro de Atondo y Antillón y los misioneros jesuitas Eusebio Francisco Kino y Matías Goñi se dispusieron a realizar otra expedición colonizadora califórnica.

Para empezar, fueron a Sinaloa a conseguir gente y provisiones, y “el día del glorioso San Miguel, Septiembre 29 [de 1683] salimos del puerto de San Lucas, costa de Sinaloa,” la actual Bahía de Agiapampo. La costa de California fue avistada la segunda noche, aunque vientos contrarios los llevaron al día siguiente frente a la Isla de la Santa Cruz, hasta que finalmente pudieron dirigirse más al norte.

Mapa de lo explorado hasta 1684 en California
El día 5, después de misa, las brisas los llevaron al norte de Isla Coronado y desembarcaron en California. El día siguiente, de San Bruno, le daban ese nombre al poblado que fundaron en el lugar. “El miércoles, 6 de octubre, por la mañana, entramos a dar fondo un poco antes de mediodía —nos dice Kino—. El señor almirante con el padre Goñi en la lancha de la Capitana; y el señor capitán don Francisco de Pereda y yo, con otras personas, en la lancha de la Almiranta saltamos en tierra. Pusimos una cruz, y todos, puestos de rodillas, la veneramos, pidiendo de su Divina majestad los buenos sucesos de esta conversión y conquista de la California.” Allí empezaron la construcción de un fuerte e iglesia en un cerrito aledaño.



Pero a pesar de que, como nos dice Kino, “tendrá este valle más de cinco leguas de ancho y aún más de largo, todo muy verde, con muchos árboles y zacate y con muy buen pasto para caballos y vacas” no había agua, por lo que siguieron por el arroyo hasta una ranchería que la tenía, a donde llegaron varios indios “entre ellos dos muchachos de diez o doce años; y todos tan mansos y por extremo amigos, afables y familiares, que luego se sentaron entre nosotros, como si siempre hubieran vivido entre españoles… Les enseñé un santo Cristo, y el señor almirante les enseñó unas láminas que tenía en mi rezo o breviario; y aunque reparamos que nunca habían tenido noticias o visto algunas señales de nuestra santa fe católica, nos dieron grandísimas esperanzas de su conversión.”

Pero subsistía el problema, ya que “aunque el río que pasa por este valle tenga el nombre de Río Grande, no corre sino en tiempo de aguas; y el agua que ahora bebemos la sacamos de los vatequites o pocitos que se hacen en la arena, por donde las semanas pasadas ha pasado dicho río.”

Las rutas de Kino cuando intentó cruzar California desde San Bruno

Poco después partía Kino en su primera salida exploratoria. Fueron seis leguas (unos 25 Km) hacia el noroeste de San Bruno, a lo largo de los que llamó “Llanos de San Pablo.” A esa le seguiría otra, iniciando diciembre, cuando partieron Kino y Atondo hacia el oeste. Intentaban cruzar California y tal vez descubrir del lado del Océano Pacífico un puerto que sirviera de estación a la Nao de China. Siguieron por los llamados Llanos de San Pablo y luego torcieron tierra adentro, hacia el Oeste, hacia la sierra de la Giganta, a la que le dieron ese nombre y que dificultosamente lograron pasar; debieron dejar las bestias detrás. Ya en su falda poniente, lograron avistar en lontananza varios valles con posibilidades de desarrollo, aunque debían regresar a San Bruno.

El 21 de diciembre salía nuevamente Kino en otra expedición hacia el poniente, ahora con la intención de encontrar un paso más fácil para cruzar la Sierra La Giganta. Siguió nuevamente por los Llanos de San Pablo hasta que encontró el hoy conocido como Arroyo Bombedor donde acamparon. Al día siguiente lo siguieron, pasaron por el Norte de La Giganta hasta que llegaron al parteaguas en donde nace el el arroyo Comondú, que ya fluye hacia la costa del Pacífico. Allí encontraron un poblado indígena cuyos habitantes los guiaron de vuelta a San Bruno por una ruta aún más corta que la que habían seguido de ida, y así lograron resolver el problema de cómo cruzar California. Ahora sólo faltaba lograrlo… 

domingo, 16 de enero de 2011

Kino y Atondo en la California

En 1679, el almirante Don Isidro de Atondo y Antillón, quien contaba entonces con cuarenta años de edad y por lo tanto era cinco mayor que Kino, recibía del Rey el título de Almirante de California, aún no colonizada, además de la confirmación de su anterior posición de Gobernador de Sinaloa.

De la colonización de Baja California dependía la seguridad de la Nao de China o Galeón de Manila, que realizaba el comercio entre España y Asia. Llevando metales preciosos partía de Acapulco, costeando Baja California seguía la costa del Pacífico hasta el actual Estados Unidos para después atravesar el océano Pacífico y dirigirse a Filipinas y China, de donde traía especias, seda y otros productos asiáticos. El problema era que las costas Californianas se habían convertido en un magnífico refugio de piratas franceses, holandeses e ingleses, que se escondían allí para atacarla y robarla.

Por otro lado, las leyendas de tesoros escondidos (la cosecha de perlas había sido el atractivo en el caso califórnico) no fueron imán capaz de atraer conquistadores que costearan sus propias expediciones, ya que resultó ser una región muy pobre. Además, los desmanes que habían cometido los españoles contra la población indígena, habían provocado una reorientación en el método de conquista indígena. Así, se ideó la fórmula de cooperación entre el Estado Español y la Iglesia para colonizar las nuevas regiones: el Estado financiaría la entrada europea, en la que intervendrían los religiosos para realizar la conversión indígena.

Por otro lado, cuando la Compañía de Jesús recibió la autorización de enviar misioneros al noroeste novohispano, de inmediato se dio cuenta ésta de la unidad económica que formaba la costa del pacífico mexicano (Sinaloa-Sonora) con Baja California, ya que la primera podía costear la colonización de la segunda. Hay que recordar aquí que para entonces se había penetrado únicamente hasta el Sur de Sonora.

Así, cuando Atondo recibió su nombramiento, erigió un pequeño astillero en Nío, Sinaloa (actual Pueblo Viejo, a unos 5 Km al Norte de Guasave), y empezó a construir tres barcos: dos fragatas, de 70 y 60 toneladas, y una balandra.



Después de esta disgresión explicativa, pasamos a la crónica de los hechos: En marzo de 1682 llegaban a unirse con Atondo los misioneros Eusebio Francisco Kino y Matías Goñi. El primero, a pesar de su deseo de ser enviado a China, había sido nombrado Cosmógrafo de la expedición californiana y misionero de la misma, mientras que el segundo sería misionero, contando ya con la experiencia de haber estado en Yécora.

Al terminar los preparativos, el grupo zarpó de la costa sinaloense, y el 1 de abril llegaban a la Bahía de la Paz, en Baja California, cuyo renombre databa de la estancia en el lugar, en 1535, de Hernán Cortés, quien fue el primero que vio el potencial de esa bahía como estación hispana. Allí erigieron un fuerte y sembraron una huerta, aunque como la productividad de la región no era suficiente, a fines de ese mismo abril partió un barco a Sinaloa a abastecerse de alimentos.

Pasaron los meses sin mayor pena ni gloria, aunque a finales de junio la situación se agravó. El alimento escaseaba y el barco de Sinaloa no regresaba. Hubo entonces una junta para definir si enviaban otro barco, aunque decidieron esperar. Un día después, un indio le disparó una flecha a un soldado español, y aunque no le sacó ni sangre, Atondo ordenó encarcelarle, lo que enfureció a los Guaycura, que habitaban al Norte de La Paz. Además, los Cora, enemigos mortales de los Guaycura y habitantes del extremo Sur de la península, les informaron a los españoles que los Guaycura habían asesinado a un grumete mulato, apellidado Zamora, que había escapado del campamento.

Así fue cómo los ingredientes de la tragedia quedaron servidos: cuando llegaron 16 guerreros Guaycura en son de paz a conferenciar con los españoles, Atondo desconfió de ellos. Ordenó que les dieran pozole, y mientras comían se les disparó un cañón a quemarropa que dejó a diez guerreros muertos, mientras el resto huía, algunos de ellos heridos.

Esa masacre decidió el final de la colonia a los tres meses de haber sido establecida. Los 83 colonos decidieron abandonar el lugar, y el 15 de julio zarpaba el barco con ellos. Y aunque después se sabría que Zamora no había sido muerto por los Guaycura sino que huyó a Sinaloa, de cualquier manera la primera etapa de esa colonización había concluido. Vendría después el establecimiento de una nueva misión, San Bruno, a unos 260 Km. al Norte de esa misma costa. Pero esa es otra historia…

lunes, 10 de enero de 2011

Las Misiones en Sonora antes de la llegada de Kino

El proceso de conquista español en el noroeste de la Nueva España fue muy distinto al del altiplano central. Esto se debió a varios factores muy importantes que diferencian a ambas regiones.

En primer lugar, en esta región la población indígena no formaba los grandes complejos políticos que hubo en el centro, y al conquistar aquí los españoles una zona, que ya de por sí no tenía mucha población, la conquista no trascendía al demás territorio. 

Por otro  lado, las distancias en nuestra región son muchísimo más grandes y además las dividen serranías que obstaculizaron la penetración hispana. 

Finalmente, aquí no hubo las grandes riquezas que habían facilitado la penetración del altiplano central, lo que desalentó el financiamiento privado de las expediciones de conquista. Esto hizo que el proceso de colonización de nuestra región recayera sobre el Estado Español, que a su vez delegó gran parte de esta tarea a las órdenes religiosas.

Después del fiasco de la expedición de Francisco Vázquez de Coronado (que ya cubrimos en el artículo anterior), Diego de Ibarra descubriría los ricos minerales de Zacatecas y fundaría la población del mismo nombre en 1548. En seguida financiaría una de las últimas grandes expediciones hacia el norte, la de su sobrino Francisco, que le costó unos 200,000 pesos. Francisco partió de Zacatecas, fundó Durango y luego cruzó la Sierra Madre para entrar a Sinaloa y posiblemente llegó hasta Sonora. Sin embargo, falleció en 1575 y sus exploraciones no fructificaron en una mayor permanencia en las regiones a las que había penetrado. Hasta entonces, el poblado costero más norteño era Culiacán, que había sido fundado por Nuño Beltrán de Guzmán en 1531.
Nuño Beltrán de Guzmán, según aparece en el Códice Telleriano-Remensis

A un sucesor de Ibarra como gobernador de Nueva Vizcaya, Rodrigo del Río Loza, se debe la entrada de la Orden Jesuita al noroeste novohispano. Al ver que la fuerza de las armas no lograba avanzar la conquista con suficiente rapidez, les solicitó en 1589 al Virrey y al Provincial de la Compañía de Jesús el envío de sacerdotes Jesuitas como misioneros a Sinaloa. Así fue cómo en 1591 llegaban los primeros dos, Martín Pérez y Gonzalo de Tapia, y un año más tarde les seguían Alonso de Santiago y Juan Bautista de Velasco.

Y a pesar de que en 1593 Gonzalo de Tapia fue muerto por los indígenas, el número de bautizados fue incrementándose a la par que el de misiones. Entre 1614 y 1620 fueron fundadas 27 misiones entre los indígenas de los ríos  Sinaloa, Mocorito, Fuerte, Mayo y Yaqui, gracias a las labores de misioneros como Andrés Pérez de Ribas, Pedro Méndez, Tomás Basilio y otros. En la región de estos ríos la labor misionera fue facilitada porque había más población indígena que además subsistía bajo una economía cimentada en agricultura intensiva; eran sedentarios.

Después, alrededor de 1619 los Jesuitas iniciaron su penetración entre los Pimas Bajos y Opatas que vivían en el centro del actual Estado de Sonora. Así, Martín Burgencio y Francisco Oliñano fundaron las misiones de Tecoripa, Cumuripa y Suaqui, y tres años después Diego Vandersipe y Blas de Paredes entraron a la parte alta del Río Yaqui, cubriendo hasta Onavas y Nuri. 

Para 1627, Pedro Méndez entraba a la región del río Sahuaripa, mientras que una docena de años más tarde Martín Azpilcueta hacía lo propio entre los indios del río Moctezuma. Además, Bartolomé Castaño y Pedro Pantoja llegaban en la década de 1640 a la región del río de Sonora después de un fallido intento de colonización por Franciscanos, promovido por Pedro de Perea, quien también intentó entrar con los indios Imeris, ya en la Pimería Alta, aunque fue rechazado y murió en 1645.

Después, los misioneros se extenderían más hacia el norte siguiendo los ríos Bavispe y Moctezuma a lo largo de sus cauces, y por el San Miguel hasta Cucurpe, que era el lugar más norteño de la Opatería con una misión a la llegada de Eusebio Francisco Kino. La tarea misional había sido más difícil en esta nueva región que en el sur del actual Sonora debido a que la población indígena se encontraba más dispersa, era semi nómada, y que el medio natural no era tan productivo como en el sur, al ser más árido el terreno . 

martes, 4 de enero de 2011

Fray Marcos de Niza y la expedición de Francisco Vázquez de Coronado

Antes de presentar la crónica de los logros de Kino en el noroeste novohispano, es necesario explicar los antecedentes de la presencia hispana en esta región, ya que gracias a avances en el conocimiento histórico, muchos de esos eventos están siendo reinterpretados. Veamos un caso:

Todos conocemos la expedición de 1528 de Pánfilo de Narváez a Florida y su fracaso; nos hemos asombrado al leer cómo cuatro sobrevivientes: Alvar Núñez Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes de Carranza, Alonso del Castillo Maldonado y un africano al que llamaban Esteban o Estebanico, tuvieron que pasar por enormes vicisitudes para regresar a la región más boreal colonizada hasta entonces; Sinaloa. Esa epopeya ha sido contada innumerables veces, se ha convertido en tema de novelas y ha sido llevada al cine hasta convertirla en uno de los íconos de nuestra historia.

Según esta historia, después de su regreso, y al presentarse a la Ciudad de México, Cabeza de Vaca le narraría los sucesos que había vivido al Virrey, Antonio de Mendoza, quien se encontraba entonces luchando contra Hernán Cortés por lograr la primacía en la conquista del noroeste novohispano. Al escucharlo, Mendoza organizó una pequeña expedición dirigida por un franciscano, Fray Marcos de Niza, quien se haría acompañar de Estebanico para explorar el norte ignoto.

Al regresar de esta expedición, Fray Marcos le contó al Virrey lo que había visto. Estebanico se había adelantado al resto de los expedicionarios, aunque acordaron ambos que le enviaría una señal a Fray Marcos, dependiendo de la importancia de lo que hallase. Si lo que hallara era algo “razonable” sería una cruz de un palmo; si era cosa grande sería de dos palmos, y si veía una gran ciudad, le enviaría una gran cruz. Y así sucedió:

“a quatro días vinieron sus mensajeros de Estevan con una cruz muy grande de estatura de un hombre y me dixeron de parte de Esteban que a la hora me partiese en su seguimiento porque había topado con gente que le daba razón de la mayor cosa del mundo…”

Así, decidió seguir Fray Marcos y, según narraría a su regreso, en el camino encontró indios vestidos con turquesas, los que le contaron que:

"...en esta primera proujnçia ay siette çiudades muy grandes, todas debaxo de vn señor y de casas de piedra y de cal grandes, la mas pequeña dellas de vn sobrado y vna açutea ençima y otras de dos y de tres sobrados y la del señor de quatro, juntas todas por su horden, y en las portadas de las casas prinçipales muchas lauores de piedras turquesas, de las quales dixo que ay en grande abundançia y que la gente destas çibdades anda muy bien vestida y otras muchas particularidades me dixo asi destas siette çibdades commo de otras proujnçias mas adelantre, cada vna de las quales dize ser mucho mas cosa qu’estas siette çiudades y para saber del commo lo sabia, tuuimos muchas demandas y rrespuestas y hallele de muy buena rrazon..."

aunque poco más adelante le hallaron unos mensajeros que le dijeron que Estebanico había sido asesinado.
De cualquier manera, decidió continuar su viaje y alcanzó a ver desde la distancia una ciudad que:

“Tiene muy hermoso parescer de pueblo, el mejor que en estas partes yo he bisto; son las casas por la manera que los indios me dixeron, todas de piedra con sus sobrados y açoteas, á lo que me paresció desde un cerro donde me puse a vella. La población es mayor que la ciudad de México… [aunque] me dixeron que era la menor de las siete ciudades…

Al escuchar esta narración de Fray Marcos, el Virrey Mendoza envió ahora una gran expedición compuesta por 335 españoles, 1300 nativos, cuatro frailes franciscanos; dirigida por Francisco Vázquez de Coronado y guiada por Fray Marcos. El resultado ya lo conocemos: pasó por el actual Sonora rumbo al Norte y llegó hasta las grandes llanuras del actual Estados Unidos, aunque halló que las grandes ciudades y riquezas no existían, eran una quimera. Hasta aquí la historia oficial.

Pues bien, recientemente el Dr. Juan Francisco Maura ha reinterpretado lo sucedido entonces y acusa directamente a Cabeza de Vaca de haber mentido; es “sospechoso e inaudito,” acusa, que Cabeza de Vaca carezca de registro de seis años que supuestamente pasó en la región del interior continental, de los nueve años de su viaje; además le faltan nombres de tribus reconocibles, de lugares, de eventos, etc.

Pero eso no es todo, y esta es la acusación más grave y con mayor potencial de afectación histórica: “Cabe también la posibilidad de que Hernán Cortés se hubiese confabulado con estos supervivientes y contribuido para que contasen estas historias de las riquezas de Quivira y Cíbola y así poder burlarse de su competidor el virrey de México al ver la inutilidad de las expediciones que se emprendieron a continuación y que llegaron a tierras de lo que hoy es Kansas en Estados Unidos.”  

Y concluye Maura: “Estoy convencido, por lo tanto, de que la supuesta muerte de Esteban, fue utilizada por él y por sus amigos indios para que éste consiguiese su libertad y para que Fray Marcos no pasase adelante y descubriese el fraude de las Siete Ciudades.”

Sin embargo falló el intento. La mentira original de Cabeza de Vaca alimentó la ambición de Mendoza, y el crédulo Fray Marcos de Niza imaginó ver desde la distancia unas riquezas que hoy sabemos que nunca existieron, y eso le contó al Virrey. De esta manera, Mendoza organizó la expedición de Francisco Vázquez de Coronado, que se convirtió en uno de los grandes fracasos de la historia.